Unión de clubes en Buenos Aires
Con flema europea, pero con estilo porteño
La Nación 09/06/03
Los clubes de colectividades se unen en una sola institución que recrea la Comunidad Europea.
• Nacieron con las primeras corrientes inmigratorias que llegaron a la Argentina
• El Club Europeo pretende atraer socios jóvenes con un abanico de servicios modernos.
Amenazados por la ola de la modernidad y decididos a salvar la esencia europea por encima de sus individualidades geográficas y culturales, los antiguos clubes de colectividad, inaugurados en Buenos Aires a fines del siglo XIX, decidieron abrir sus fronteras y crear una única y novedosa asociación civil.
En mayo último, con toda la pompa que exigió la circunstancia, los clubes danés, alemán, holandés, francés, español, sueco, belga, austríaco e inglés presentaron en sociedad el Club Europeo, una asociación a escala del concepto que en su momento impulsó la formación de la Comunidad Económica Europea. En el ámbito civil (y local), la misión de la entidad será atraer socios jóvenes y reflotar con ellos el espíritu que antaño animó a clásicos espacios de encuentro, hoy en vías de extinción.
La creación del nuevo club, que cuenta con el apoyo de las respectivas embajadas y pretende ofrecer servicios como contactos internacionales y becas de estudios en el exterior, es consecuencia directa de un fenómeno natural. Las sucesivas generaciones de extranjeros que llegaron al país con las primeras corrientes inmigratorias se fueron acriollando y, hoy, sus descendientes son más argentinos que el dulce de leche. Y no es que no recuerden con cariño las tradiciones del abuelo, pero cierto es que, empujados por la reciente crisis económica, la mayoría de los jóvenes excavó en las raíces de su árbol genealógico sólo con intención de tramitar un pasaporte al Primer Mundo.
Cambio de hábitos:
Otra de las razones del creciente desinterés por estos clubes que fueron refugio de identidad colectiva, donde los caballeros fumaban puros y arreglaban el mundo desde un sillón, es que los menores de cuarenta años hoy acuden a espacios menos solemnes para reunirse con sus pares, como gimnasios, winneries, bares con diseño, etc. Esto obligó a las instituciones centenarias a achicar sus sedes. El Club Sueco, por ejemplo, ocupó varios pisos en un edificio porteño, pero hoy sólo cuenta con un restaurante. Lo mismo el Danés, que en el peor momento (abrió en 1919) llegó a tener un solo socio capaz de pagar la cuota. Los directivos del Club Francés conservan con sacrificio el regio petit palais de la calle Rodríguez Peña, pero reconocen que sufrieron un cimbronazo en diciembre de 2001, cuando debido a la incertidumbre financiera se borraron muchos socios "históricos".
"La mía es la generación bisagra -sostiene Hernán España, socio del Francés y directivo del Club Europeo-. Yo sigo manteniendo las costumbres de club de mi padre, pero no pasa lo mismo con la gente de menos de 40 años. En principio, muchos se mudaron a las afueras de la ciudad, y ahora la vida social se trasladó al country. Para nosotros es muy difícil conseguir socios nuevos. Salvo algunos que practican esgrima, el resto tiene más de 50 años, cuyos hijos -aunque sus padres paguen la cuota- no vienen. Acá tenemos alrededor de 15 socios menores de 30 años", comentó.
La identidad amenazada
"Los historiadores han debatido acerca de si la actividad asociativa fue una forma de integración de los extranjeros en la sociedad local o si en realidad fue un mecanismo de diferenciación respecto de ella", aseguran los autores de "De las cofradías a las organizaciones de la sociedad civil. Historia de la iniciativa asociativa en la Argentina", un libro valioso publicado por editorial Gadis, donde Luis Alberto Romero, Hilda Sábado, Roberto Di Stefano y José Luis Moreno revisan el contexto y las bases que sustentaron las agrupaciones civiles del país. En todo caso, si los clubes de las colectividades fueron o no reductos exclusivos, cierto es que esa intención se vio alterada por la escuela pública, foro de unión para foráneos y nativos.
El libro destaca que el pionero fue el Club Español, al abrir sus puertas en 1852. Tres años más tarde hizo lo propio el Club Alemán. En 1858, unos 53 italianos inauguraron Unione e Benevolenza, y en 1866 nació el Club Francés. Algunos fueron creados para socorrer a sus coterráneos en apuros, otros sólo para el ocio y el esparcimiento de las elites inmigrantes. Pero las páginas de la historia los describe a todos como pequeñas patrias donde hombres y mujeres rendían culto a sus terruños por medio de cosas tan sencillas como un buen plato de pasta, paella, strudel o crepes.
El Club Europeo no contrariará esos ritos tan sagrados, aseguran sus orgullosos directivos. En todo caso, dicen, no han h^xesino aggionarse, captar el mensaje de los tiempos que corren, según lo hicieron los miembros de la Comunidad Económica Europea al unirse, entendiendo que en este mundo ya nadie llega solo a ninguna parte.
Marina Gambier
Campo de deportes y salones de lujo:
El Club Europeo tiene como sede principal las elegantes instalaciones del Club Alemán, que fue el promotor de la idea y que actualmente ocupa tres pisos en un edificio de la avenida Corrientes al 300. Para asociarse no es requisito indispensable ser descendiente de europeos o de alguno de los países miembros del club, aunque los directivos aseguran que se evaluarán los antecedentes de cada interesado. Los socios también podrán acceder a todas las sedes de los clubes fundadores, incluso el campo deportivo de Hurlingham. Para obtener más información comunicarse por el 4338-5641.
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