La Nacion 13/08/09 “Clubes Tradicionales buscan sangre nueva”
Por Javier Navia Los lujosos salones de los hoteles cinco estrellas son, desde hace tiempo, los sitios favoritos de los ejecutivos para negociar y firmar contratos. Los restaurantes de Puerto Madero desbordan los mediodías de empresarios que los eligen para sus almuerzos de trabajo. Y los gimnasios más top de Palermo -desde La Imprenta hasta Barrio Parque- se han convertido en los lugares de mayor intercambio social entre jóvenes profesionales e incluso políticos.
Teniendo en cuenta que tirar esgrima no es la actividad deportiva más popular en Buenos Aires, los tradicionales clubes sociales porteños -una importación al Río de la Plata de los gentlemen´s clubs de Londres, que solían aglutinar aquellas actividades- enfrentan hoy dificultades para sobrevivir. Hasta los años 70 era un must aspiracional pertenecer a alguno de ellos. Quienes no heredaban como un título nobiliario el der^xea una membresía, pagaban fortunas para ser admitidos, confiados en que una bolilla negra no los privaría del pase a un mundo de exclusividad.
En la década del 80 esto no cambió, pero para los yuppies ya no tenían el mismo encanto. Por entonces, el hedonismo, de la mano del culto al cuerpo y la vida sana, ganaba adeptos. El estrés era la palabra de moda y Colmegna, el lujoso spa de la calle Sarmiento, se poblaba de ejecutivos y abogados, algunos de los que serían años más tarde los jueces más controvertidos de la década menemista. Entrados los 90, los clubes -aún de caballeros, ya que las mujeres no eran admitidas- sentían el impacto de una época de cambios. La exclusividad comenzaba a ser dejada de lado.
Bajo el enorme retrato que Aldo Sessa le tomó a Vázquez Mansilla, el presidente más emblemático del Jockey Club desde Carlos Pellegrini, aún se comenta la polémica que rodeó al más clásico de los clubs cuando un sindicalista peronista, devenido aceleradamente millonario, fue admitido tras el desembolso de una membresía equivalente a un departamento en Recoleta. Pero hoy son pocos los que están dispuestos a pagar una cifra de cinco dígitos para asociarse a un club.
Los nuevos tiempos demandan nuevas estrategias y, salvo el Jockey, casi todos se vieron obligados a eliminar tal requisito. Incluso, las cuotas sociales suelen ser más bajas que las que cobra un gimnasio. Losdress codes son menos estrictos y, aunque un par de zapatillas aún serían inadmisibles, las corbatas ya son prescindibles en los menos exigentes. Las mujeres ahora son admitidas como socias plenas y se organizan catas de vino y after office para atraer en la noche de los miércoles o jueves a los sub 40. Para muchos, hoy asociarse a alguno de los más tradicionales clubes es sólo un paso para pertenecer al muy de moda Club Europeo. Sus fiestas, que en diferentes palacios y residencias reúnen todos los meses a extranjeros y profesionales porteños convocados vía mail por relacionistas públicos, se están convirtiendo en un clásico, como el Club Parliament de Miguel Shapire lo fue en la década del 80. Aggiornados a tiempos de redes sociales virtuales, como Facebook y Twitter, para sobrevivir en el nuevo siglo los clubes buscan atraer a una generación para la que pertenecer sigue teniendo un valor, aunque acostumbrada a que eso ya no signifique pagar una membresía del valor de un departamento.
jnavia@lanacion.com.ar Ver fuente
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