Los disfraces se desplegaron fantasiosos en el EuroCarnaval, con diseños que contaban historias de imperios y mitos, algunos traídos de tierras lejanas como la India y Costa de Marfil. La posibilidad de “jugar a ser otro” desafió a la seriedad de la adultez. Por una noche, se intercambiaron las máscaras de la personalidad, aflorando cuentos de las Mil y Una Noches.
Cleopatra coqueteaba con un pirata para persuadirlo de que el César se rindiera a sus pies. Con su bella nariz buscaban competir los médicos venecianos que combatían la peste, pero en su afán sólo alargaban las propias. Los Caballeros Templarios se cruzaron con los sultanes árabes, pero fueron disuadidos por el movimiento de las odaliscas. La Hormiga Viajera acudió a una bailarina india, que los llevó ante un Maharaja que asentía conciliador ante la oratoria de un obispo. Detrás suyo, una diablita de cuernos on-off le hacía señas a un presidiario, arrestado por robarle el Chocolate Cindor a la Cocinera de Alicia en el País de las Maravillas. La chica futbolista casi le hace un gol al polista, que en el partido se distrajo con una mariposa y una vaquita de San Antonio. Su caballo fue auxiliado por el veterinario, al que Vilma Picapiedras le preguntaba qué era el Celu Nokia. La tendencia del negro para el invierno la pautaron Morticia y Gatúbela, mientras la punk desafiaba a Freddy Kruger, que no estaba dispuesto a que Caperucita Roja se le escapara de las manos… Ignoraba que su adversario sería Darth Vader, que en versión remixada se rodeaba de un séquito de brujitas. Al rescate de la niña vendría Robin Hood, previa consulta de su suerte con las gitanas, que parloteaban en el bosque del Círculo Italiano. No satisfecho con la profecía acudió a una diosa romana (realzada con su corona de laureles) que con voz de oráculo aventuró que siguieran al leñador canadiense (con infaltable colita de zorro). Este había dejado su faena para abordar con gesto rústico a una chica cowboy, seducida por un compadrito, que a su vez cabeceaba a una mucama para tentarla con un tango. Ignoraba que la pista sólo reproducía música ‘futurista’, para atraer a Marilyn y Elvis en los ’50, y a la Mujer Maravilla en los ‘70. Luego alternaría ante las súplicas de rumberas y cabaretistas, así como las hawaianas, que no cesaban de ondularse cual Sirenita para entablar diálogo con un surfista que tomaba lecciones de buzo.
Este cuento de hadas continuará, en el próximo EuroCarnaval.
Epígrafe Fredy Kruger:
Su make-up consistió en témpera roja cubierta por pegamento, para dar un aspecto de piel que se cae a pedazos. Nos contó que “le encantó hacer el trayecto desde su casa a la fiesta, por el impacto” que causó a los transeúntes, y ni qué hablar de cuando paró en un kiosko.
Epígrafe chica Opera:
Esta bailarina lució vestido lila y capelina al tono de una ópera, que le facilitaron los vestuaristas del Teatro Colón.
Epígrafe bailarina india:
Un traje de bailarina traido de la India, confeccionado con seis metros de seda dorada, rojo y verde. ¿Su dueña? Una cirujana que así tuvo “la posibilidad de realizar un sueño, de jugar y prepararme, eso en sí ya fue una fiesta”.
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